lunes, marzo 03, 2008

El género bobo

El género bobo (y III)

 

http://www.farodevigo.es/secciones/noticia.jsp?pRef=3284_5_204896__Opinion-genero-bobo

 

Farodevigo.es / 03.03.2008

 

José Luis Alvite

 

Se puede conocer con detalle el alcance de la violencia ejercida por los hombres observando a simple vista los daños físicos causados a su víctimas femeninas, pero es difícil evaluar los insufribles estragos sicológicos que pudieron influir en la conducta del agresor. Se estudian los efectos de la dichosa violencia de género pero a nadie parece interesarle determinar las causas. Ni siquiera está bien visto que un juez tenga la delicadeza de preguntarle al detenido por los motivos de su conducta, probablemente porque en la sociedad maniquea en la que vivimos los políticos no quieren correr el riesgo de la equidistancia y prefieren alienarse del lado del colectivo femenino, habitualmente imbuido de un espíritu casi tribal que lo ha convertido en una consistente y rentable fuerza electoral. Nadie duda de la culpabilidad del hombre cuando es la mujer la agredida, pero si ocurre al revés, automáticamente se supone que si ella reaccionó con violencia, sería porque algo le habría hecho su pareja. El caso es que en situaciones de violencia de género, el hombre se lo tiene siempre merecido: la cárcel, cuando sea él el agresor, o el cementerio, si fuese la víctima mortal. A veces salta a los medios de comunicación el caso de la señora que envenena lentamente a su marido administrándole pequeñas dosis de arsénico en el almuerzo. A los albaceas del feminismo les falta tiempo para ponerse descaradamente del lado de la autora del envenenamiento, mientras el hombre se recupera en el hospital de lo que a todas luces parece una simple negligencia culinaria, un comprensible error de la señora al sazonar la comida. Si la víctima llegase a fallecer, la autora del envenenamiento tendría a su disposición los mejores abogados del feminismo militante y la automática comprensión del vecindario, de modo que si hubiese juicio en su contra, la absolverían por estimar el veredicto que algo habría hecho él para merecer lo que le ocurrió con el almuerzo, zanjándose el asunto sin otras consideraciones, como parecería natural que se resolviese un crimen en el que la víctima sólo pudiese alegar en su favor la suerte de haber engordado algunos quilos por retención de arsénico antes de caer fulminado mientras vomitaba el hígado en el baño. Por suerte, el del envenenamiento es un recurso poco frecuente en los anales de la criminalidad femenina. También es evidente que en las desavenencias matrimoniales la explosión de la violencia física suelen protagonizarla casi siempre los hombres. Sin embargo, ¿de dónde parten las provocaciones sicológicas que desequilibran emocionalmente a los hombres y que nadie parece interesado en establecer y, menos aún, en hacer valer en su descargo? Como consecuencia de cualquier litigio con su pareja, dispone la mujer de asesoría legal y de los preceptivos partes médicos que dan fe de sus lesiones, pero ni las leyes ni los hospitales se preocupan de conocer las malformaciones sicológicas que pudieron determinar la reacción del agresor, dándose por hecho que la agresividad masculina no es consecuencia de un cuadro emocional, sino de un mero capricho fisiológico, algo parecido a lo que ocurre con la pasión del tute. No se concibe la imagen del hombre maltratado. Carece de gancho político. Los hombres no tienen por costumbre organizarse como víctimas, de modo que no suponen una bolsa electoral por la que valga la pena preocuparse. A un hombre se le puede privar de la tutela o de la custodia de sus hijos, suspenderle el régimen de visitas, minarle sus medios económicos hasta dejarlo en la miseria, ponerlo de patitas en la calle, obligarle al constante ajetreo del alejamiento hasta convertirlo sin remedio en un proscrito condenado de por vida a sobrevivir como uno de esos perros sin collar que incluso tiene prohibida la entrada en los parques públicos, y todo ello suponiendo que se lo tiene más que merecido, sin que nadie se haya preocupado de saber si la violencia doméstica vino tal vez precedida de una tensión sicológica manejada con criminal sutileza por una mujer que se sabía de antemano amparada por la sociedad y por la Ley, por los colectivos de gays y lesbianas, por las asociaciones de viudas, por los comités antiglobalización y por los letristas de las comparsas del Carnaval, sin que resulte descabellado que alguien deslice ocasionalmente el bulo chusco, divertido y demoledor de que la violencia machista es un recurso del que se vale la CIA para socavar los cimientos de los enemigos del Imperio. Probablemente sería otra la actitud general si fuesen las mujeres las condenadas por los jueces a perder la tutela o la custodia de sus hijos, cargar con los estragos económicos del régimen regulador del divorcio y se viesen en el apuro de dormir "ipso facto" en el coche y afrontar cada día la horrible sensación de haber sido desahuciadas sin que les hubiese echado el sicólogo forense un vistazo a su alma antes de decidir implacablemente su suerte. Alguien tendría que meter de oficio las narices en la convivencia de las parejas para tener alguna posibilidad de conocer las causas reales de tanta violencia doméstica, desistiendo de sobreentender que el hombre es siempre el malo y ella sólo puede ser la pobre víctima de la que nadie se atreve a imaginar que haya manejado día tras día las interioridades del matrimonio con sibilina malicia, creando tensiones precriminales con astuta e interesada temeridad, convencida de que vivimos en una sociedad descaradamente feminista en la que a veces incluso al abogado más mediocre le resulta fácil demostrar que la caricia de un hombre fogoso se puede considerar violencia de género. Soy consciente de que mi postura no me va a granjear la comprensión de las organizaciones feministas. Ni lo espero, ni falta que me hace. Mi experiencia personal me ha servido para ver con escepticismo un asunto espinoso en el que mucha gente prefiere ser correcta antes que correr el riesgo de parecer sincera. Mi segundo matrimonio marcha sobre ruedas. Y aunque no puedo prever el futuro, creo que si me viese sometido a un infundio que pudiese costarme la dignidad, le daría un abrazo a mi mujer y a mis hijos, me despediría de ellos para siempre y saldría luego a la calle convencido de que ahorrar las imponderables y odiosas energías de la violencia de género me habría servido al menos para estar al día siguiente en las mejores condiciones físicas si optase por darle una tunda preventiva al juez de familia. Tal vez resultase divertida la posibilidad de convertirme en el primer hombre condenado por un delito de violencia...del género bobo.


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