JOSÉ MARÍA ROMERA
La manipulación ejercida sobre el niño por uno de sus progenitores para
desacreditar al otro es una de las más perversas consecuencias de una
separación hostil
Una de las situaciones más odiosas a las que se puede someter a un niño es la pregunta: «¿A quién quieres más, a mamá o a papá?». Es cierto que con frecuencia se plantea en términos de juego inocente, como la manifestación espontánea de un cariño que quiere verse correspondido, sin atisbo alguno de rivalidad o competencia entre los padres. Pero al hacerla debería tenerse en
cuenta el atolladero afectivo y psicológico en que la criatura queda metida al tener que decidir algo que queda fuera de su pensamiento. El mismo dilema, pero trágicamente amplificado y llevado a sus extremos, sin términos medios, emerge cuando los padres mal avenidos rompen su relación: ¿quién es el bueno y quién el malo? ¿A cuál de los dos debo amar y a cuál detestar?
En los casos de separación con niños pequeños, tiende a considerarse que los problemas quedan resueltos una vez alcanzado el acuerdo sobre su custodia, con el cumplimiento estricto de las decisiones del juez por las dos partes y con el trato afectuoso y responsable de ambos hacia el hijo. Con ser esto cierto, a menudo se minimiza la importancia de otro aspecto que sin embargo
preocupa cada vez más a educadores y psicólogos, debido a su creciente incidencia en los procesos de ruptura y a los graves efectos que puede llegar a causar sobre el desarrollo psicológico y el bienestar afectivo de los niños. Es el llamado Síndrome de Alienación Parental (SAP), resultante de la manipulación del niño por un progenitor -generalmente el custodio-
para desacreditar o rechazar al otro.
El SAP fue descrito por el psiquiatra Richard Gardner después de observar que muchos niños manifestaban actitudes de rechazo, hostilidad o denigración hacia el padre o la madre alienados. Esa desvalorización era generalmente producto de una campaña deliberada y consciente, de un 'lavado de cerebro' planificado por la otra parte -el alienador-. Según Gardner y otros
estudiosos del fenómeno -entre ellos, más recientemente, el psicólogo español Aguilar Cuenca-, se puede hablar de 'niños alienados' cuando se perciben en ellos unos determinados comportamientos. Uno de ellos consiste en que el menor atrapado en esa especie de 'secuestro psicológico' hace suyas las razones del padre o la madre alienadores, reforzándolas además con
argumentos de poca consistencia; por ejemplo, si ha sido aleccionado para considerarse objeto de maltratos aunque éstos objetivamente no existan, reprochará al supuesto maltratador que no atienda a sus caprichos o que no le preste suficiente atención.
Ocurre así porque uno de los rasgos característicos del SAP es la asunción de toda la responsabilidad en la elaboración del juicio: el niño sometido a la presión del alienador afirma que su decisión de rechazar al alienado es propia, sin injerencia ajena. Los especialistas se refieren al fenómeno como el 'pensador independiente': el padre/madre manipulador forja en la mente
del niño una idea desfigurada del padre /madre alienado, pero lo hace de manera que éste no reconozca su influencia. El niño, sumido en el clásico proceso de identificación con el agresor, instintivamente se coloca del lado de quien tiene más poder porque domina su voluntad -o simplemente porque pasa más tiempo con él y teme sufrir las consecuencias si no actúa a su
gusto-.
Hostilidad
A ello se suma la ausencia de culpabilidad, porque otra de las manifestaciones insidiosas del fenómeno es la privación de empatía hacia la víctima: el niño interioriza una especie de guión elaborado a base de consignas repetidas una y otra vez por el alienador, toma partido a su favor
y en contra del padre-víctima, adopta actitudes de hostilidad respecto a éste, y de esa manera el padre alienador ve alcanzado su objetivo: aparte de 'robar' el hijo a quien fue su pareja, aparenta ser neutral. Una vez conseguida en el niño la conducta de rechazo, se permite adoptar apariencias conciliadoras. Es una manipulación tan refinada que no pocas veces llega a
confundir a magistrados, mediadores y trabajadores sociales que intervienen en los procesos de separación. El proceso de alienación se consuma cuando el niño «deja de ser arma arrojadiza y se convierte en infantería». Ya no sólo rechaza al otro padre, sino a los miembros de su rama familiar: abuelos, primos, tíos. El alienador no precisa hacer nada: el niño se esforzará al
máximo por complacerle para no perder su afecto.
Ese niño, sometido a la presión de las 'pruebas de lealtad', contagiado de patrones de pensamiento manipulador y utilizado como instrumento para la venganza, encontrará serias dificultades para lograr un crecimiento equilibrado. Depresiones, trastornos de identidad, sentimientos de culpa, agresividad, son efectos de las guerras en que los niños defienden causas
que deberían serles ajenas.
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