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Ana Calvo / viernes, 15 de agosto de 2008
Los nuevos tiempos y costumbres, el hecho de que cada vez somos más civilizados, la búsqueda del mayor beneficio para los hijos en común, el gusto por la imitación de los modelos familiares de otros países, o las dificultades económicas por las que pasan muchas familias españolas han hecho que muchos divorcios de hoy no se parezcan en nada a los de antaño.
La entrada en vigor de la controvertida ley del "Divorcio Express" en julio de 2005 permitió, desde ese momento, el cese matrimonial a partir de los tres meses de la celebración de la unión sin necesidad de llevar a cabo una separación previa, sin tener por qué alegar causas al mismo, pudiendo interponerse la demanda de forma unilateral y regulando la figura de la custodia compartida. Esta nueva modalidad de divorcio, "desconocida en los ordenamientos jurídicos de los países europeos" según se afirma desde el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) permite, por tanto, una aceleración de los trámites legales para hacer efectiva la disolución legal de las parejas.
Sin embargo, los nuevos divorcios no sólo han cambiado su tipología por la entrada en vigor de este nuevo mandato jurídico, sino que los propios cónyuges son los que han dado una vuelta de tuerca más en las ya de por sí abundantes modalidades familiares existentes en nuestros días.
Las dificultades para pagar las hipotecas comunes en tiempos de crisis, el reflejo de los modelos familiares de otros países, la búsqueda del mayor beneficio posible para los hijos y nuevas formas de entender la vida en nuestra desarrollada, moderna y relativista sociedad han hecho que muchas parejas se divorcien pero que, sin embargo, sigan conviviendo bajo el mismo techo.
"Al fin y al cabo, no nos llevamos tan mal"
Parece que cada vez son más los que afirman que es verdad aquello que rezaba la canción: "se nos gastó el amor de tanto usarlo". En España en 2004, un año antes de que entrara en vigor la nueva ley, se ejecutaron 52.591 divorcios. Un año más tarde, cuando esta tan sólo tenía cinco meses de vida, el número casi se duplicaba (95.536 demandas cursadas), y al finalizar 2006, ya eran 141.317 parejas las que habían disuelto su unión.
Sin embargo, si bien es verdad que el amor y/o la pasión pueden terminarse entre las partes de un matrimonio, la convivencia entre ambos no tiene por qué ser insoportable. De ahí que cada vez encontremos más ejemplos de parejas que deciden, alegando generalmente la búsqueda del menor sufrimiento para los niños que se tienen en común, seguir compartiendo casa e hijos a pesar de estar legalmente separados.
Hasta la entrada en vigor de la nueva ley, la conocida como custodia compartida, aunque no estaba legalmente recogida en ningún ordenamiento jurídico, si que se condecía en la praxis en algunos casos. Por eso, tras la reforma, el Artículo 92.5 del Código Civil español recoge que "Se acordará el ejercicio compartido de la guarda y custodia de los hijos cuando así lo soliciten los padres en la propuesta de convenio regulador o cuando ambos lleguen a este acuerdo en el transcurso del procedimiento. El Juez, al acordar la guarda conjunta y tras fundamentar su resolución, adoptará las cautelas procedentes para el eficaz cumplimiento el régimen de guarda establecido, procurando no separar a los hermanos".
Sin embargo, el hecho de seguir viviendo juntos tras el divorcio, con la previa obtención de la guardia y custodia compartida en el caso de que haya hijos de por medio, supone, por tanto, un paso más allá en las relaciones humanas que no encuentra su objeto en las leyes sino en la propia voluntad y el mutuo acuerdo de los solicitantes por obtener el mayor beneficio emocional posible para el núcleo familiar.
Los roles de marido o mujer y los de padre o madre se encuentran en la misma persona pero, sin embargo, responden a dos perfiles diferentes y separables. Así, mientra una de las partes puede considerar que su cónyuge no responde a las expectativas como pareja que en él (o en ella) buscaba, puede saber reconocer en esa persona unas capacidades como padre o madre inmejorables. Por eso, cada vez es menos extraño encontrar "compañeros de piso" que fueron un matrimonio y que tienen hijos en común.
En esta situación se encuentra Lola, una mujer de 32 años que vive desde hace seis meses que se hizo efectiva su demanda de divorcio con su ex-marido y con el hijo de ambos. "Como pareja hemos fracasado, pero como amigos y padres somos perfectamente compatibles", por eso, "ahora nos llevamos mejor que nunca". Sin embargo, Lola afirma que, sin embargo, en el convenio regulador del divorcio, y a petición del Ministerio Fiscal, sus abogados tuvieron que incluir en cada cláusula un apunte en el que se matizara, cuando pudiera haber lugar a equívoco, las condiciones específicas de régimen de visitas, períodos vacacionales, pensiones y manutención, hogar familiar, etc., "por si la convivencia post-divorcio no funcionaba".
Un caso similar encontramos en la familia de María, que desde pequeña vivió "en el mismo hogar familiar con mi hermana, mi madre y mi padre, aunque sabíamos que ellos estaban divorciados". Por la experiencia vivida, esta joven de 28 años asegura que lo considera "de lo más normal" y que "no tiene ningún trauma infantil, pues lo asumieron y se acostumbraron a ver a sus padres con sus respectivas parejas por casa, todos juntos".
Cuando a Ana, aun adolescente, sus padres le plantearon hace un par de años que se iban a divorciar, lo tuvo muy claro: "tenía derecho a tener padre y madre, a los dos por igual. Que ellos no se quisieran ya, no era mi culpa y yo no tenía por qué pagar las consecuencias".
Finalmente, ellos accedieron a probar su nueva vida como compañeros de piso, y salvo alguna anécdota como cuando "un día, al principio, invitaron mis padres a casa a unos amigos que no sabían que se habían divorciado. Tanto el uno como la otra habían hecho la compra y preparado los platos por separado, así que cuando llegó el momento de sentarnos a la mesa, resultó que había dos cenas hechas. Los amigos, obviamente, descubrieron todo el pastel", el balance de toda la familia es muy positivo por el momento.
El grado de civismo que asumimos en la actualidad ha hecho posible que estos nuevos modelos familiares estén, cada vez más, a la orden del día. Sin embargo, ¿cuánto tiempo se puede sobrellevar una situación así?, ¿puede durar para siempre?, ¿qué pasa si una de las partes de la pareja encuentra una persona con la que rehacer su vida?, ¿vivirán también entonces todos juntos en amor y compañía, como en el caso que nos ha contado María?, ¿qué consecuencias puede tener, a largo plazo, para los hijos?
Aun es pronto para poder contestar a estas preguntas sin temor a equivocarnos y, obviamente, es imposible establecer una norma general extensible a todas las parejas. Por el momento, no nos queda más que esperar a que el tiempo nos de las respuestas y cruzar los dedos deseando que la opción elegida, sea la más beneficiosa finalmente para todos los afectados.
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