Regalos a cambio de cariño
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Isabel Menéndez / lunes, 10 de noviembre de 2008
El sentimiento de culpa hace que algunos padres manipulen a sus hijos tras la separación. Este tipo de progenitores no ha podido construir su identidad adulta. Las alianzas de padres e hijos, contra el otro miembro de la pareja, son perjudiciales para los pequeños.
Los padres, quiéranlo o no, tienen una influencia determinante sobre sus hijos, unas veces por acción y otras por omisión. El modo en que las sociedades o las personas miran a los niños implica una forma de pensamiento acerca de la infancia. De otro lado, la relación con ellos está mediatizada por las vivencias que el adulto haya tenido durante su propia niñez. Los hijos movilizan afectos y emociones que antes de ser madre o padre no podíamos imaginar. Influimos sobre ellos con nuestras palabras, con nuestros deseos, y los educamos porque somos responsables de que sepan manejarse en la vida.
Gran parte de la influencia que ejercemos sobre nuestros descendientes es inconsciente y viene, por lo tanto, desde nuestro lado más desconocido. Con los hijos reeditamos, en alguna medida, la historia vivida con nuestros padres, parte de la cual permanece reprimida.
La manipulación consciente del hijo por parte de uno de los progenitores se da en pocas ocasiones; lo contrario representaría convertir al niño en un instrumento al servicio de los intereses adultos, lo que le perjudicaría gravemente. La manipulación, cuando se da, se ejerce con frecuencia de manera inconsciente y creyendo que se defiende al niño. Un caso típico es el del cónyuge que lo aleja o lo enfrenta al otro miembro de la pareja. Cuando esto ocurre, no se está funcionando como padre o madre, sino como una persona narcisista que, incapaz de resolver sus conflictos con sus progenitores, se comporta de forma infantil, poniendo al niño en una situación que no le corresponde. Este tipo de padres o madres manipuladores no han podido construir una identidad adulta, en la que se hayan resuelto los retos psicológicos precisos para alcanzar una subjetividad sin demasiadas ataduras al pasado.
Paliar la culpa
Siempre que vuelve el domingo por la tarde a casa de su madre, Jorge protesta porque ha tenido que dejar a su padre, con el que pasa el fin de semana. Este padre le llena de regalos y no le pone ningún límite porque quiere que el niño desee estar con él más que con su madre.
Cuando María acoge a su hijo de nuevo, tiene que ejercer sobre él una presión importante para que acepte las reglas educativas básicas. María se separó de Fernando cuando Jorge tenía sólo dos años. El deterioro llegó tan pronto a la pareja porque ninguno de los dos había elaborado las relaciones con sus propios padres. Fernando era un hombre muy intenso con su madre, aunque muy ambivalente, porque ella era la que le había puesto límites y le había educado prácticamente sola, pues el padre dejaba todo en manos de su mujer. Cuando se convirtió en padre, la imagen interiorizada de su madre comenzó a dominarle y dejó que fuera su mujer la que se encargara de todo. Los celos que sentía hacia su hijo le produjeron mucha culpa y se inhibió de la función paterna. Si ahora lo llena de regalos es para paliar la culpa que siente hacia él y también para que sea María la que ejerza el papel de mala de la película, poniendo límites a su hijo y ocupándose de su educación. Eso es lo que hizo con él su madre, a la que inconscientemente sigue atado como un niño, lo que le impide colocarse en el papel de padre. Al mismo tiempo, se venga en su mujer de ese poder que atribuye a su madre, de la que depende demasiado y a la que a veces odia por ello.
Cuando no se ha elaborado la relación con los progenitores y las identificaciones con ellos son conflictivas, es común que se tengan dificultades en los vínculos con los hijos. Este tipo de padres se identifican con sus propios descendientes y se pelean a través de ellos con su pareja. En tales casos, los niños siempre descubren los puntos débiles de los padres y los pueden utilizar, por supuesto sin ser conscientes de ello. Cuando la actitud de los progenitores, en relación a los hijos, está dominada por el deseo de ser el más querido de la pareja, el hijo no tiene un lugar saludable y puede sufrir síntomas que le hagan sentirse mal, desde depresiones a fracaso escolar, toda una gama de padecimientos que en alguna medida señalan que no tiene una posición infantil conveniente para su edad.
"Niños tapadera"
Algunos padres o madres no pueden combinar, por conflictos infantiles reprimidos, estas funciones con la de ser también un hombre o una mujer para su pareja. Las alianzas de los padres con los hijos en contra del otro miembro de la pareja son claramente perjudiciales para los más pequeños y se deben, por lo general, a que los progenitores no han podido superar sus relaciones edípicas.
En determinadas situaciones conyugales, aparecen lo que los expertos denominan "niños tapadera", porque su función es tapar o esconder con sus conflictos y enfermedades lo que ocurre en la relación de pareja.
Evitar errores
El Síndrome de Alienación Parental fue definido por un psiquiatra de las fuerzas armadas de EE.UU. que se suicidó en 2003. Se da cuando uno de los progenitores manipula al hijo en contra del otro. La exposición de este síndrome contiene graves errores y carece de rigor científico, pues niega el inconsciente tanto del niño como de los padres y hace recaer la culpa sólo en un miembro de la pareja, casi siempre la madre.
Nadie puede arrebatarnos el papel de madre o padre. Si bien es cierto que el otro, sobre todo en casos de separación, puede poner dificultades.
Atacar al cónyuge delante de un hijo siempre es peligroso y se puede volver en contra de quien lo hace.
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