MANUEL MOLINA DOMÍNGUEZ (*) Una niña de cinco años se acerca muy seria a su padre durante una de las pocas tardes que pueden pasar juntos gracias a un "régimen de visitas" provisional (el hombre se está divorciando). La pequeña le espeta de carrerilla: "Papá, eres malo porque no pagas el colegio". Ese hombre, sin inmutarse, pregunta con una sonrisa congelada: "Pero ¿tú sabes lo que significa ´pagar´?". La pequeña responde que no. El padre continúa: "Entonces ¿por qué dices eso?". Respuesta: "Me lo ha dicho mamá". El hombre no se sorprende, acostumbrado como está a ser difamado por su ex pareja en todos los ámbitos de sus hijos (ante padres de alumnos, personal escolar, etc.), algo frente a lo que –en una sociedad tan aficionada a condenar a alguien escuchando sólo una versión de los hechos– es muy difícil defenderse. El padre podría tratar de explicarle –rudimentariamente– a su hija que tiene domiciliados en su cuenta los recibos del colegio; y que atiende su pago puntualmente, no porque le obligue una sentencia, sino porque, cuando su esposa decidió divorciarse, él se comprometió ante el juzgado a seguir haciéndose cargo en exclusiva de todos sus gastos académicos. Pero opta por no decir nada, porque no quiere que su hija perciba un conflicto –siquiera inexistente entre sus padres. Se trata de un caso real que conocí muy de cerca. Durante unos treinta meses, el hombre siguió escuchando pacientemente de sus hijos otras perlas de incluso peor cariz, hasta que un juzgado acordó la custodia compartida de los pequeños. A partir de ahí –¿casualidad?–, las maledicencias quedaron neutralizadas como por ensalmo. Porque es fácil lavar el cerebro de un niño con respecto a un padre ausente. Pero difícilmente podrá alguien convencerle de que su padre es malo cuando el niño convive con éste la mitad del tiempo y, por tanto, puede conocerle de primera mano. Aunque no todos los casos se quedan en ese nivel. Hace poco un juez de familia declaraba a la prensa que tuvo que dictar sentencia en el caso de una madre que convenció a su hijo de que el padre quemaba al niño con cigarrillos. Se demostró que las "marcas" que el pequeño creía y llamaba quemaduras, en realidad eran lunares de nacimiento.
Acaba de celebrarse en León el I Congreso Internacional sobre Síndrome de Alienación Parental (S.A.P.) y Custodia Compartida, al que han asistido expertos psicólogos y psiquiatras de distintos países. Algunas de sus conclusiones han sido que esa manipulación maliciosa de los hijos por un progenitor (normalmente, el custodio) contra el otro, existe en muchos casos, y provoca a los menores daños psicológicos y emocionales irreparables.
Pues bien, "casualmente" pocos días después de clausurarse el congreso, se ha presentado en el ministerio de Igualdad un libro titulado El pretendido Síndrome de Alienación Parental, en el que se niega la existencia del "S.A.P.", basándose en que la Asociación Americana de Psiquiatría no lo ha incluido todavía en su listado oficial de trastornos mentales (el llamado DSM IV). Pero lo curioso es que una de las autoras del libro es Consuelo Barea, psicoterapeuta, activista contra la violencia de género y autora de otro trabajo titulado Secuelas psicológicas del maltrato (cuyo texto puede encontrarse en Internet). Y digo curioso, porque en éste último –y explicando el sentimiento enfermizo de amor y dependencia que lamentablemente algunas víctimas albergan hacia sus maltratadores– afirma literalmente lo siguiente (pásmense): "Aunque el Síndrome de Estocolmo no está todavía en el Manual de diagnóstico psiquiátrico DSM IV tiene suficiente entidad propia, y su existencia es ampliamente reconocida". Leo, releo, y no doy crédito. O, como clamaría el lúcido ebrio valleinclanesco: ¡Oh, cráneos privilegiados! ¡El mismísimo DSM IV en el que no está incluido el S.A.P.!
Y es que –ante una demagogia tan burda que supone un insulto a la inteligencia– uno no puede evitar preguntarse: ¿Qué pretenden algunos sectores (con expreso apoyo del ministerio de "Igualdad")? ¿Impedir que pueda tenerse en cuenta por los jueces esa manipulación de los menores (se llame, o no, S.A.P.) aunque aquella se produzca? ¿Consolidar a los hijos como arma arrojadiza de un progenitor (el custodio), contra otro (el que sólo tiene un "régimen de visitas")? ¿Apartar definitivamente al progenitor masculino (por estadística el más ninguneado tras los divorcios) de la vida de los hijos? ¿Qué extraña igualdad persiguen?
Ya que últimamente esos sectores gustan de apoyarse en "conclusiones" de Estados Unidos, deberían tener en cuenta también las del U.S. Department of Health and Human Services (1996) basadas en 50.762 casos (de 5.600 profesionales), según el cual los niños y niñas que crecen sin mantener contacto asiduo con el padre están: 20 veces más expuestos a sufrir desórdenes de conducta, 10 veces más expuestos al consumo de drogas, 14 veces más expuestos al abuso sexual, 9 veces más expuestos a abandonar los estudios, y 5 veces más expuestos al suicidio. O las de Neil M. Kalter (Growing up with divorce, doctor en Psicología, Universidad de Michigan), sobre las consecuencias de crecer sin padre (estando éste vivo) para las niñas: "En el momento de la separación conyugal, cuando (generalmente) se reduce el contacto del padre con sus hijos, todo indica que las niñas experimentan la pérdida emocional del padre como un rechazo hacia ellas. (…) Muchas niñas atribuyen ese rechazo a que no son lo suficientemente ´guapas´, ´afectuosas´, o ´inteligentes´. La sensación continua de ser valorada y querida como niña es un elemento de especial importancia para afianzar la autoestima como mujer. Todo parece indicar que, sin esa fuente constante de afecto, la autoestima femenina de una niña no prospera."
Lo más inquietante es que es bastante improbable que dichos "sectores" desconozcan todos estos datos.
(*) Abogado
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