En esta época en la que la igualdad es tan significativa no deja de obviarse que el sexo masculino ha sido preferentemente unido al peligro y todo el daño que pueda brotar de este. Tradicionalmente, los hombres hemos sido educados y empleados para asumir la mayor parte de las tareas peligrosas o dañinas que la sociedad ha necesitado desarrollar. Esto sucede en periodos de guerra o de paz. Por ejemplo en nuestro país un 95% de los muertos y accidentados laborales son varones. Esta situación contradice los argumentos feministas que señalan una mayor presencia masculina en los puestos de mejor status, ya que también son mayoría los varones encarcelados, sin techo, condenados a cadena perpetua, sentenciados y ejecutados por pena de muerte o los torturados, perseguidos y asesinados en los diferentes regímenes totalitarios.
Este siniestro reverso del éxito masculino es algo que el feminismo no menciona, edificando su tópico más que cuestionable del "varón privilegiado" observando la cara de la moneda que selectivamente más le conviene. Pero la vinculación de lo masculino al riesgo es un hecho que explica la dualidad del éxito y el fracaso masculinos de un modo mucho más acertado de lo que lo hace la preigualitaria ideología feminista. Históricamente y siguiendo la pauta de arriesgarse en su rol más relacionado con el medio externo, ciertos hombres han alcanzado los niveles más altos de la sociedad, pero otros han conocido los peores fracasos, al avanzar por caminos erróneos o excesivamente peligrosos. La vinculación de lo masculino al riesgo representa una discriminación de género y es positivo nombrarla y tomar conciencia de su influencia para emprender todas las acciones que la erradiquen o disminuyan en sus efectos negativos.
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